Suele coincidir con un momento de crisis personal. Cuando no puedes decirle a tu jefe que el plazo que te ha impuesto para la entrega del último trabajo no serías capaz de cumplirlo ni con un Delorean aparcado en la puerta. Cuando toca disimular ante tus antiguos compañeros de instituto que la vida te sonríe mucho menos que a ellos. O cuando vas a la enésima boda en la que tus tías te preguntan si todavía no has encontrado pareja. Es en esos momentos cuando, abrumado por la impotencia y paralizado por el pánico ante un mundo hostil, en alguna parte de tu cerebro se enciende una bombilla y, con un coro celestial de fondo, declaras: «Se acabó. Ahora voy a centrarme en mí: voy a empezar a recuperar las buenas costumbres.«
No has acabado de pronunciar la última palabra y ya estás acomodando hasta la última vértebra en el respaldo del asiento, buscando esa «buena postura» que a partir de hoy vas a usar siempre que estés sentado delante del ordenador. Tras 90 segundos estás agotado, quizá debas empezar mañana. Comienzas a analizar los pros y contras cuando notas que una vocecilla en el fondo de tu cerebro te está diciendo algo: “¡Siéntate derecho!”. Que nada te distraiga de tu noble objetivo: para combatir el sedentarismo tiras de Google y localizas los estiramientos con los que empezarás cada mañana, a partir de mañana. La vocecilla impertinente regresa para decirte, un poco más alto, que “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”. Pero bueno, poco a poco, que construir el Imperio Romano no fue cosa de una hora. Aquí están los ejercicios. Oxigenar tus músculos te vendrá genial para desatascar tu mente en casa o en la oficina. Y ahí está otra vez la vocecilla, diciendo que “desperezarse en público es de mala educación”. Habrá que buscar otras formas de conseguir una mente sana embutida en un cuerpo sano. Quizá sea la hora de sumarte a la fiebre del running, y así estrenar esas magníficas zapatillas fosforito por las que te dio vergüenza pagar pero que estás deseando ponerte. Ay, ya está la maldita voz dando la tabarra: “el dinero no es para derrocharlo”. Vaya tela. Pues habrá que optar por otra idea, entonces. Dicho y hecho: el próximo domingo vas a levantarte temprano, vas a coger el coche y a salir al campo para respirar aire puro y dejarte maravillar por el espectáculo de las montañas. «Sí», te dices a ti mismo, mientras un coro mental asiente afirmativamente y repite: «eso es bien».
Va a ser el fin de la grasa hidrogenada, el colesterol y las cañas entre semana. Ha llegado una nueva era protagonizada por la ensalada verde, el arroz integral, la berenjena y el huevo pasado por agua. Habrá desayunos fuertes, cenas ligerísimas y un trabajo muy serio del estrés laboral. Ya lo decía el taoísmo, los antiguos griegos y el rapero Kase O: todo va a ser maravilloso en el perfecto equilibrio entre comida sana, sueño profundo y deporte moderado que va a constituir tu nueva vida. Y, en mitad de ese furor de bienestar, surge un propósito firme en forma de nueva «ideaca»: vas a llamar todos los días a tu madre para recordarle lo importante que es para ti.
Afortunadamente nada de esto es real. O, quizá mejor, solo es real a medias. Empezar a llamar a tu madre todos los días probablemente la dejaría espantada o, por lo menos, preocupada. Pero llevar una vida un poco más sana siempre está bien. No, no hace falta masticar la comida treinta veces antes de tragarla, –“¡Mastica con la boca cerrada!” te recuerda la voz– aunque harías bien en no engullirla toda de una vez. Subir por la escalera en lugar de utilizar un ascensor no ha matado a nadie todavía. Y no te vas a quedar fuera de onda por apagar la televisión un rato por las noches y echar mano a alguna novela entretenida. Ahí va la voz: “Pero quita los pies de encima de la mesa”.
En realidad, todo esto de la nueva vida no puede ser tan difícil: al fin y al cabo, cuando ibas a la EGB ya hacías tus cinco comidas diarias, incluyendo desayuno, almuerzo, merienda y cena. ¿Has mencionado algo relacionado con sentarse a la mesa? Ya está tu cerebro vociferando: “¡Lávate las manos antes de comer!”. Si te parece que tanta norma es una pesadez, piénsalo dos veces ¿Recuerdas cuando derramaste un café sobre tu portátil, una hora antes de tener que enviar aquel informe? Va a resultar que cuando tu madre te reñía por comer galletas sin soltar los mandos de la videoconsola, tenía más razón que un santo la buena señora. “¡En el sofá no se come!” te recuerda la voz con tono indignado.
Te preguntas si esa versión tan impertinente de tu conciencia es un chip implantado por tus padres en tu infancia, o es que sencillamente la edad te está convirtiendo en uno de ellos. Da igual, tampoco podrías replicarle nada, porque eso de interrumpir es algo muy feo. Es hora de tomárselo con tranquilidad y buenos alimentos, y de beberse el zumo rápido, que se le van las vitaminas. Puedes empezar hoy mismo y prepararte un plato de lentejas para comer. O mejor, un arrocito con verduras, que aunque vayas a hacerle caso a partir de ahora, después de todo no tienes por qué ser como tu madre. O puedes pedirte una pizza y empezar tu nueva vida el lunes. Pero antes de hincarle el diente al primer trozo, ¡lávate las manos!